El chocolate caliente y la verdadera razón detrás de mis aparentes momentos de madre ideal.
¿Conoces madres mejores que tú? ¿Haz visto a esos niños ordenados, obedientes y tranquilos, y te preguntas por qué no puedes lograr eso con tus hijos? O tal vez te topes con una madre detallista que les envía a sus hijos almuerzos en forma de arcoíris mágico, uniformes planchados y cada hebra de cabello en su lugar. Que no se sacudan tus inseguridades. Las apariencias engañan –o al menos no dicen toda la verdad–.
A veces aparento ser una de esas madres perfectas. En las tardes de frío me gusta llevarles a mis hijos una taza de chocolate caliente cuando los recojo de la escuela. Me tomo el tiempo para derretir los malvaviscos en la leche a la temperatura perfecta, batir la mezcla para que quede espumosa, y procuro alcanzar la combinación perfecta de cacao y la porción diaria de calcio para sus huesos en crecimiento. Sí, como toda una madre maravillosa.
Acá es donde entran las verdades a medias y apariencias que engañan. Por supuesto que me alegra reconfortarlos con amor en una bebida caliente después de un largo día en la escuela, pero hay otra razón, una menos noble: distraerlos para que no empiecen las quejas y peleas en el momento en que abrochan sus cinturones.
Mis hijos tienen la costumbre de quejarse. Si no soy la primera en la fila, que por qué llegué tarde. Si tengo una hora esperándolos fuera de la escuela, que por qué llegué tan temprano y no les dí tiempo de hablar con sus amigos. Después, en el carro, alguien quiere silencio, otro quiere música y la tercera va cantando. Y como son tres, siempre hay al menos uno tratando de llamar la atención. Quizá alguien tenga algo muy importante que contar sobre el peso de una pluma, pero no quiere esperar su turno e interrumpe la historia de su hermana sobre la vecina de la amiga de la prima –también muy importante–. Siempre hay algo.
Cuando les llevo el chocolate caliente se distraen, tienen la boca llena, y los alegatos tienen que esperar. Luego, quien termina primero tiene un par de minutos para contarme sobre su día sin interrupciones y siguen los demás gradualmente. Todos comienzan la tarde con una nota dulce y un momento agradable gracias al chocolate caliente. Esto vale todos los malvaviscos del mundo.
Esa es la razón real de mi aparente manifestación de puro amor. Cuando comenté este hábito tuve respuestas como “qué buena mamá”, o “yo con costos puedo llegar a tiempo”. Pero la verdadera razón del chocolate caliente es otra, quizá menos noble, pero igual de válida.
¿Tienes algún truco para mantener la paz en el automóvil que quieras compartir?